5 de mayo de 2007

Crueldad intolerable



Cuando empiezas a tocar la guitarra, te salen unas ampollitas en los dedos, que duelen mucho. Seguir ensayando es una tortura, pero sabes que, cuanto más ensayas, mejor, porque llegará un día que las ampollas se convertirán en callos, y entonces los dedos dejarán de doler. Sin embargo, y a pesar de los callos, la guitarra suena cada vez mejor.

El alma es mucho más delicada que las yemas de los dedos. Es tan delicada que mucha gente decide ponerse corazas de distintos materiales, formas y dureza para protegerla del dolor. Hay corazas de hielo, de indiferencia, de pinchos, de distancia, de hierro, de cobardía... Uf. Miles. Pero yo he preferido no usar coraza. Prefiero esperar a que me salga callo, que ahora duele, pero a la larga será más eficaz. He tomado la decisión consciente (hace tiempo ya) de no desconfiar del género humano. De escuchar, de respetar, de querer. A pesar de los pesares.

Hace unos años una psicóloga me dio, sin saberlo, un GRAN consejo. Nos contó (terapia de grupo para aprender a relajarnos) que ella no entendía a la gente que vivía permanentemente amargada: que miraba al grupo de adolescentes que se reía en el metro como si fueran apestados, que te empujaba por la calle y encima ponía mala cara. Aquel consejo me liberó de mirar mal a la gente por la calle. Empecé a sonreír cuando me choco con alguien, a mirar a mi entorno diario con mucho más cariño. Fue un consejo espectacular. La campaña de ciudadanía de “Hoy sé amable, hoy serás más feliz” es la mejor campaña que he visto nunca.

Pero la vida no es tan naïf como a mí me gustaría. El llevar siempre una mochila cargada de buenas intenciones, y una sonrisa siempre a punto de salir no nos protege de la hostilidad del mundo exterior. Hoy, mis pecados enemigos son la crueldad y la falsedad. Últimamente me codeo con otros cuantos, pero son veniales (otro GRAN consejo que recibí fue el de no intentar enseñar a vivir a nadie, así que no puedo ni quiero pretender que todos seamos iguales). La crueldad... la crueldad no la entiendo. Estoy recibiendo una puñalada lenta y sádica de alguien de quien no esperaba algo así. Terrible dolor. Una persona que intenta mostrarme sus dos caras, pensando de mí que soy mucho más tonta de lo que soy. Piensa que no me doy cuenta de su doble juego, e intenta que mire a otro lado mientras sigue clavando su cuchillo y hurgando en mis entrañas. Pero sí me doy cuenta. Afortunadamente mimos de mujer me susurraron que aguantara, que creyera en mí, que esta situación no es real, pero que yo sí lo soy. Lo intentaré.

La falsedad es otro de los dones de mi dolor de hoy. No soy una abanderada de la verdad. No me interesa la verdad, pero no me cuentes mentiras. No intentes engañarme pensando que no me entero o que no me voy a dar cuenta. Lo que pasa es que no tengo ningún escudo que te mande lejos de aquí, y mi alma está dispuesta a seguir creyendo en las personas, aunque haya ejemplares monstruosos. Es muy fácil no mentirme, porque ha llegado un punto que lo comprendo todo, lo acepto todo. Y además, soy capaz de no hacer preguntas. Ya hilvanaré yo las verdades para conformar el esqueleto de la personalidad del que tengo enfrente. Me entrenaron para eso.

Así que hoy me acuesto poniéndome Betadine en el corazón, no vaya a ser que se infecte la ampolla. Con rabia y tristeza por lo injusto de la situación, pero con confianza en el género humano porque un vitxín ha vuelto a servir, una vez más, de hombro amigo. Si hay mujeres como ella, merece la pena andar sin coraza.

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