30 de mayo de 2007

Del desenamoramiento (proustiano, por supuesto)

Mi verbo favorito en este momento es “reverdecer”. Lo “cuelo” siempre que puedo; siempre que viene a cuento, claro está. Me lo regalaron hace una pequeña eternidad y fue como un algodón con betadine en una herida, que pica pero cura suavecito, sin la agresividad del alcohol.
Algunas personas reverdecen cuando se enamoran; otras son buenos jardineros que hacen que reverdezcan sus amores. Y las hay que saben que, si se desenamoran, reverdecerán. Aunque no por eso les resulta más fácil.
Una muyamiga mía tiene una forma sencilla y muy gráfica de explicar el desenamoramiento súbito, un fenómeno extraño que –parece que la leyenda es cierta– ocurre en ocasiones. Dice que es ese segundo en el que, en presencia de la persona amada, el cerebro hace “clic” y, de repente, deja de existir el encantamiento en que estabas sumido; ha desaparecido, sin más. Entonces, como dijo Proust-mon-amour, puedes preguntarte cómo es posible perder años, querer morir, sentir el amor más grande de tu vida por alguien que ni siquiera es tu tipo...
Estoy de acuerdo en que la conciencia de que el hechizo se ha roto es prueba fehaciente (o, al menos, necesaria) de que uno se ha desenamorado. Y, como mi amiga ha experimentado “el clic”, debo creer que existe. Pero con matices. Para mí que la pócima mágica contra el mal amor se cocina con unos cuantos ingredientes, no todos necesarios ni excluyentes entre sí: tiempo de silencio y tierra de por medio (que pueden garantizar un resultado efectivo casi en un 100% de los casos, pero que requieren grandes dosis de voluntad); un comportamiento evidentemente lamentable por parte del enamorado o enamorada (en su caso), y/o una corrección del enfoque vital. A saber. Uno aparta el foco que tenía puesto en un objeto amado cualquiera de forma errónea y se dedica a buscar una nueva “víctima”, a ser posible que le quede mejor. Sí, como un traje. Porque a veces nos empeñamos en intentar meternos en un vestido que no es de nuestra talla ni nos sienta bien, que no es para nosotros por mucho que nos guste, por mucho que deseemos llevarlo.
Arduo trabajo el de dinamitar un amor equivocado, vive Dios. Pero me temo que nada bueno se consigue sin esfuerzo. (Inciso. Yes, Kika. Aprobarás y el esfuerzo habrá valido la pena).
En esos casos, la semilla del desenamoramiento germina pero, como en todos los procesos lentos, en el camino se puede tener muchas veces la sensación frustrante de que no se ha avanzado nada. De estar en el punto de partida. Hasta que un sueño, un gesto, una palabra, una música, algo que comes o bebes... qué sé yo, cualquier cosa, una luz cegadora silviorrodrigueresca, por ejemplo, desencadena ese “clic” que parece repentino, súbito, pero que ha venido gestándose. Y caes en la cuenta de que ya nada es igual. Simplemente porque has cambiado de perspectiva.
Amén (o sea, así sea).

3 comentarios:

H dijo...

Como bien sabes, hoy me he tomado 5 cafés. Así que CLIC CLIC CLIC CLIC CLIC CLIC... nada... no furula!!! De verdad que yo lo intento, pero ¡¡no quiere(n) salir!!

Kelly dijo...

A mi me suele pasar una cosa similar. Me voy alejando, alejando y un día le miro y pienso : ya no te quiero. No sé porqué, pero solo sirve si es involuntario. La última vez que intente provocarlo estuve un año intentando despegarme pero siempre volvia a por mas ...

kika... dijo...

Yo... depende. A veces me pasa que mi amado se me pega bajo la piel y no se va ni con agua caliente. Y otras veces, se me hace feo (tengo algo en mi blog sobre esto), por la especie de rara relación que mi mente produce entre lo que hacemos y lo bellos que somos...

Buscaré la cita (citarme a mi misma, el colmo)... y os la traigo...

Y muchas gracias por los ánimos, con razón dice Lady K (la Dama del Bosque) que yo vivo en los acantilados y las rocas mientras me baña el Mar de Kikel...

(Henar, no te tomes tantos cafés, que es MAAAAAAALO para la salud, y necesitamos la salud intacta para hacer el bien)